jueves, 22 de marzo de 2007

Keta

Los Ceibos fue el barrio donde viví algo más que 7 años, sin embargo, lo conocí y lo he caminado desde hace 28 años; mi colegio quedaba en el corazón de los Ceibos, y fue ahí, donde hice los amigos que hoy son como mis hermanos, donde descubrí mi pasión por las letras, mi rebeldía ante la injusticia, mi amor por la naturaleza y mi puta necesidad de siempre querer algo distinto sin saber exactamente que es.

Los Ceibos está lleno de estos árboles gigantes, verdes, curvilíneos, con arrugas, como piel, cada árbol es distinto al otro, cada vez que los veo de cerca siento que me que hablan y son característicos de nuestra zona costera de Ecuador, hacia el norte; se llaman Ceibos. Desde chica siempre me imaginaba viviendo en un terreno grande y verde, con una casa pequeña, hecha de madera, ladrillos y piedra y un Ceibo enorme, con el río atrás de paisaje.

La última casa en la que viví en Ecuador estaba en Los Ceibos; era preciosa. Desde la calle, parecía una casita antigua, las paredes eran de ladrillos, pintados de blanco, tenía un jardín frontal lleno de flores, la puerta de casa era grande de madera, como de hacienda y al lado colgaba un farol que le daba un toque romántico en las noches.

Fue mi primera casa sola, en donde además creció un amor precioso con quien hoy es mi esposo. En esa casa, Joao recibió a sus 3 hijos al mismo tiempo, por primera vez, en ese mismo hogar compartimos muchos momentos con nuestros amigos más queridos, trabajamos, soñamos, planeamos viajar a Australia y cuando llegó el momento de partir y Joao se fue primero, llegó Figo. Además de estar en nuestra casa, nos encantaba salir a caminar al final de la tarde; la brisa era deliciosa y la disfrutábamos conversando y en silencio. Los Ceibos, a pesar de ser un barrio abierto, todavía era algo seguro, incluso en las noches, con carros poco familiares, asaltos eventuales y una ciudad al borde de la locura, pidiendo a gritos, solo un poco de protección ciudadana. En Ecuador, eso es pedir demasiado.

Una tarde de aquellas, nuestra vecina, la dueña de la casa que alquilábamos, nos dijo que había una “perrita chiquita” llorando, perdida en el parque de los Ceibos, que quedaba sólo a 100 mts de casa. Así que fuimos. Pero no encontramos a ninguna “perrita chiquita”. En realidad, encontramos a una perra grande, una Pitbull atrigada, llorando si, amarrada a la cerca del parque. El guardia nos contó que su compañero de la mañana la había encontrado perdida por las calles de atrás, nerviosa, sin saber cómo cruzar de un lado al otro, así que con una soga al cuello la llevó al parque con la esperanza que el dueño apareciera al verla amarrada; el parque queda al pie de la avda. principal del barrio.

Regresamos de hacer nuestra ruta cotidiana y quise pasar por el parque nuevamente; y ahí estaba ella, llorando, desesperada porque alguien la tomara en cuenta, la escuchara, la ayudara. Me di cuenta enseguida que no era una Pitbull agresiva. Tenia las tetitas hinchadas y largas, es decir, que acaba de tener cachorros. Era cerca de las 8pm y el guardia se iba a las 9 y tocaba soltarla porque no estaba autorizado para dejar un perro adentro. Así que fuimos a casa con Joao, le calenté el arroz con menestra y carne de la noche anterior y regresé sola al parque. Cuando me le acerqué no paraba de mover el rabo. No pasaron ni 10 segundos, y ya se había comido todo. Me empezó a ladrar como loca, bravísima! Ladraba del hambre, con justa razón, pero no tenía más y mi desesperación en ese momento era conseguirle un hogar, así sea temporal.

Llamé a Arturo Doménech para que me dé el teléfono de David Barrezueta porque sabía que él tenía un amor especial por los Pitbull. David escuchó la historia y se emocionó como yo. Todavía no puedo creer que hayamos conectado en menos de 2 minutos, pero así fue. Así fue siempre con David. Nos conocimos escribiendo y conectamos sin saber quién era quién exactamente, quiero decir, físicamente. Todo empezó por varios emails que Arturo escribía con reflexiones, o anécdotas de viajes cerca del mar, o fotos que el gordomata mandaba a gente que surfeaba o simplemente disfrutaba del mar. Así que, de alguna manera, Arturo ha tenido mucho que ver en toda esta historia. Con el tiempo, fuimos coincidiendo en las mismas playas; David y Joao son surfistas, así que las coincidencias empezaron a ser regulares; me encantaba verlo con su perro Dogo por todos lados.

Eran los 9,30pm y David seguía en una reunión y yo en el parque conversando con el guardia, que para ese entonces, ya estaba fuera de horario y entregado a la causa para que esa dulce madre llegase a casa, cualquiera que ésta fuera. Diez y pico, llegó David con mentirín, yo no podía de la felicidad, ellos estaban con el mejor ánimo, se acercaron a la perra, la acariciaron y se dieron cuenta que era una dulzura, así que la desamarraron, caminaron hacia la camioneta, ella se trepó al balde, David le puso Keta en memoria de una perra que tuvo hace mucho y le puso también un collar que ella recibió como si lo hubiese usado toda su vida. Así de simple!

David estaba loco por darle una compañera a Dogo, pero tenía que ser especial, amiga; Keta resultó tener las características ideales. Cuando llegaron esa noche a casa Dogo se puso bravo porque no sabía quién era la extraña; y Keta estaba brava, defendiendo su integridad; estaba cansada, triste y quería que entiendan que no era ninguna recogida; sólo había estado perdida. Dogo y Keta son hoy amigos inseparables.

David la llevó al veterinario, la cuidó, le dio amor; todavía agradezco por la bendición que fue pensarlo, pedirle y que él le haya dado un hogar, eso que todos disfrutando y deseamos tanto. Joao y yo vivimos ahora en Australia y luego de 6 meses acá, encontré a David en una comunidad virtual (hi5) y le escribí para saludarlo y preguntarle por Keta. Me contestó enseguida, con la misma emoción que me contestó el día de su rescate, contándome que Keta y Dogo habían sido padres de 8 perritos. Ella tiene 7 años, así que ésta fue su última camada de cachorros. David me mandó fotos de aquella dulce madre que lo único que necesitaba es que creyeran en ella, tal como era, con su raza, su dulzura y sus heridas de guerra, que sólo se hacen visibles con el tiempo.








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